Un año más, y van tres, he cumplido el objetivo de realizar la peregrinación a Javier desde Corella. No es que me las dé de valeroso e intrépido, pero hace falta agallas para enfrentarse a 105 km por esos caminos de Dios, sin más ayuda que esos pies recalentados que sufren el peso del cuerpo a lo largo de la caminada.
También otras partes del cuerpo entran en el sacrificio, y como no esos ojos legañosos que hacemos que se abran a las cuatro de la mañana. El madrugón es requerido, porque a las cinco menos cuarto hay que estar lúcido para recibir la bendición de San Francisco de Javier en la parroquia del Rosario. No es que me mueva el espíritu religioso, pero cuando se hacen ciertas cosas, o se hacen bien o no se hacen..
Una vez en estado de gracia, hay que iniciar la marcha. Buena hora son las cinco de la mañana para decir a las piernas que hagan su cometido. La vista se alza y con agrado vislumbra un cielo estrellado. Una sonrisa y un gesto de aprobación aparece en nuestra cara soñolienta. Después de unos días de constantes lluvias, solo faltaba que nos acompañase en el recorrido. Tampoco sería la primera vez.
No nos acompañó la lluvia pero hubo que hacer frente a otras adversidades que con arrojo y valentía nos atrevimos a enfrentarnos. Cuestas que escalamos con aplomo y seguridad, ríos desbordados y estanques que con firmeza tuvimos que hacer frente. Bien nos hubiera venido Moisés para que separase las aguas.
No solo adversidades naturales tuvimos que combatir. Al paso por las Bardenas Reales, encontramos todo tipo de animales salvajes. Unos eran voladores, que planeaban en redondo buscando que desfalleciéramos para lanzarse sobre nosotros, y otros los teníamos más cercanos a expensas de su ferocidad. No se nos apartaba de la mente el hecho de hace dos años, en el que uno de los integrantes corellanos, tuvo que hacer frente a un terrible fantasmagórico jabalí. Él solo sabe la lucha encarnizada que
sostuvo para poder librarse de las fauces del animal y volver victorioso del combate. Eso es lo que nos contó.
Pero no todo fueron adversidades. Después de la primera parada, para reponer fuerzas con el desayuno, nos esperaron otros deleites a lo largo del camino. La tradicional y generosa tomatada cumplió con creces el deseado almuerzo, satisfaciendo nuestros receptores gustativos. Para no llegar desfallecidos hasta recibir los alimentos que nos esperaban a la hora de comer, nos vimos obligados a efectuar una nueva parada para reponer fuerzas. Era la hora del vermut. A las patatas fritas, aceitunas, pepinillos, frutos secos y demás productos alimenticios, les acompañaron distintas bebidas que a bien cada uno estimó ingerir.
Quizás la parte más cansina se desarrolló en la zona de "el Plano de las Bardenas". Como muy bien dice el nombre, es una tremenda planicie que parece que nunca se acaba. Al fin, se aprecia un desnivel en el que da la sensación que la tierra se traga a las personas, y ese, ese era nuestro punto donde nos esperaba una flamante costillada, acompañada de sabrosas salchichas, crujientes chistorras y apetitosa panceta. Dimos buena cuenta de esas exquisiteces, concluyendo nuestra comida campestre con dos buenos trozos de excelente tarta y su correspondiente moscatel.
Con el estomago bien alimentado y regado, nos dispusimos a efectuar la última parte del recorrido de este primer día de peregrinaje. Nuestro punto final era Murillo el Fruto. Cuando fue divisado este punto, me dio la sensación que las piernas querían ir más deprisa. Supongo que recibían señales de los pies doloridos, para estos poder llegar a tomar un merecido descanso. Los primeros 55 km ya estaban en el bote. Tocaba descansar y poner los pies en remojo.
Con renovadas fuerzas, dimos la cara en la salida de Murillo el Fruto para abordar la segunda etapa. Nuevos miembros se unieron a la comitiva para afrontar este nuevo recorrido. Fue más suave, pero no por eso había que desestimarlo. La orografía del terreno era distinta. Dejado atrás el desértico terreno de las Bardenas, los caminos que surcamos seguían el curso del río Aragón. El verde imperaba en todo el recorrido.
En esta ruta no nos acordamos de Moisés, pero alguna que otra filigrana hubo que hacer para sortear el barro que podía llegar a engullirnos.
En esta ruta no nos acordamos de Moisés, pero alguna que otra filigrana hubo que hacer para sortear el barro que podía llegar a engullirnos.
Aunque era evidente que en este segundo día no nos iban a abandonar las viandas y el bebercio, hay que reseñar la comida que nos esperó en Galipienzo. Eso no fue comida, eso fue el gran atracón. Merece la pena describir los platos: comenzamos con unas ensaladas para después ingerir dos tipos de alubias, negras y blancas. Quizás para desengrasar, seguidamente nos obsequiaron con una bandeja de menestra. Vino bien porque a continuación repartieron una tremenda paella. No acabó aquí el atracón, por si fuera poco, se dio paso a las carnes; conejo a la plancha; costillas de cerdo, y para rematar, costillas de cordero con abundantes patatas fritas. Al parecer, no quedamos muy saciados porque hubo que recurrir al postre. Yo me decanté por el Goshua (quizás no se escriba así), es un postre que está elaborado con nata, bizcocho, crema pastelera y caramelo líquido. Rico, rico. Para digerir todo esto no quedó otro remedio que recurrir al café y una copita de hiervas.
A pesar que pesaba más el estomago que las piernas, había que seguir. El nuevo punto referencial era Sanguesa y hasta allí llegamos. Poco faltaba por recorrer, para cumplir con el propósito de llegar sanos y salvos a la meta de Javier. Al igual que al inicio de la marcha, los 8 km que separan Sanguesa de Javier nos acompañaron las estrellas, una de ellas, bien pudo ser la que guió a los reyes magos para llegar a Belen, a nosotros nos dirigió al esplendido castillo de Javier.
Como no podía ser de otra forma, un dispositivo del ministerio del interior tuve a mi disposición. No cabe duda de que los pensionistas, junto a los políticos, tenemos ciertos privilegios que el resto de ciudadanos no pueden gozar.
Con esto pongo punto final a la tremenda hazaña, que solo pueden realizar los de Corella y unos pocos más. ¡Hasta la próxima!..., ya veremos, porque todavía tengo los pies doloridos.